Juega el niño con unas pocas piedras inocentes
en el cantero gastado y roto
como paño de vieja
Yo pregunto:
qué irremediable catastrofe separa
sus manos de mi frente de arena,
su boca de mis hojos impasibles.
Y suplico
al menudo señor que sabe conmover
la tranquila tristeza de las flores, la sagrada
costumbre de los arboles dormidos.
Sin quererlo
el niño distraidamente solitario empuja
la domada furia de las cosas, olvidando
el oscuro esplendor que me ciega y el desdeña.
miércoles, 11 de febrero de 2009
Ponte la vieja camisa que sabe. . .
Ponte la vieja camisa que sabe
del año rumoroso y del tranquilo
año inocente de sucesos graves
como tela de ciegos, azulados hilos.
Ponte el sombrero de ilusión caída
que te alegraba con su tosca nieve.
Ponte el chaleco de las bienvenidas
y la corbata ilustre de las nueve.
Porque es seguro que vengan esta tarde,
porque es seguro que vengan a decirte
algo importante como un noble alarde
que te bastara para no morirte.
Pero mira la noche, ya es muy tarde,
y apenas esperabas, debes irte.
del año rumoroso y del tranquilo
año inocente de sucesos graves
como tela de ciegos, azulados hilos.
Ponte el sombrero de ilusión caída
que te alegraba con su tosca nieve.
Ponte el chaleco de las bienvenidas
y la corbata ilustre de las nueve.
Porque es seguro que vengan esta tarde,
porque es seguro que vengan a decirte
algo importante como un noble alarde
que te bastara para no morirte.
Pero mira la noche, ya es muy tarde,
y apenas esperabas, debes irte.
El mimbre
Esa dulzura minuciosa y pobre
del mimbre viejo en el salon sombrio,
nos consuela del lunes cuando el frio
noviembre vuelca sus infaustos cobres
en las ordas cenizas del crepúsculo.
Su frescor a los ojos admirable
vuelve las soledades soportables
mientras giran carámbanos minúsculos
al demente compas de las arañas,
que imaginan sus fiestas ilusorias.
Conversa el mimbre con la dura gloria
del macilento marmal que nos daña
la vida en las consolas increibles.
Y si a veces las cienagas de Roma,
pobladas por la livida carcoma,
o las francesas danzas imposibles
con su canos ruido de tiniebla
sepultan nuestra suerte, claro el mimbre,
junto a la estatua de siniestro timbre,
amanece callado entre la niebla.
del mimbre viejo en el salon sombrio,
nos consuela del lunes cuando el frio
noviembre vuelca sus infaustos cobres
en las ordas cenizas del crepúsculo.
Su frescor a los ojos admirable
vuelve las soledades soportables
mientras giran carámbanos minúsculos
al demente compas de las arañas,
que imaginan sus fiestas ilusorias.
Conversa el mimbre con la dura gloria
del macilento marmal que nos daña
la vida en las consolas increibles.
Y si a veces las cienagas de Roma,
pobladas por la livida carcoma,
o las francesas danzas imposibles
con su canos ruido de tiniebla
sepultan nuestra suerte, claro el mimbre,
junto a la estatua de siniestro timbre,
amanece callado entre la niebla.
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