miércoles, 11 de febrero de 2009

El mimbre

Esa dulzura minuciosa y pobre
del mimbre viejo en el salon sombrio,
nos consuela del lunes cuando el frio
noviembre vuelca sus infaustos cobres

en las ordas cenizas del crepúsculo.
Su frescor a los ojos admirable
vuelve las soledades soportables
mientras giran carámbanos minúsculos

al demente compas de las arañas,
que imaginan sus fiestas ilusorias.
Conversa el mimbre con la dura gloria
del macilento marmal que nos daña

la vida en las consolas increibles.
Y si a veces las cienagas de Roma,
pobladas por la livida carcoma,
o las francesas danzas imposibles

con su canos ruido de tiniebla
sepultan nuestra suerte, claro el mimbre,
junto a la estatua de siniestro timbre,
amanece callado entre la niebla.

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