Esa dulzura minuciosa y pobre
del mimbre viejo en el salon sombrio,
nos consuela del lunes cuando el frio
noviembre vuelca sus infaustos cobres
en las ordas cenizas del crepúsculo.
Su frescor a los ojos admirable
vuelve las soledades soportables
mientras giran carámbanos minúsculos
al demente compas de las arañas,
que imaginan sus fiestas ilusorias.
Conversa el mimbre con la dura gloria
del macilento marmal que nos daña
la vida en las consolas increibles.
Y si a veces las cienagas de Roma,
pobladas por la livida carcoma,
o las francesas danzas imposibles
con su canos ruido de tiniebla
sepultan nuestra suerte, claro el mimbre,
junto a la estatua de siniestro timbre,
amanece callado entre la niebla.
miércoles, 11 de febrero de 2009
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