El hondo piano se acostumbra y calla
en la tarima que las noches guarda
como un oscuro lago de monedas.
Las estatuas, el polvo y la tristeza
del raido sillon que nadie usa,
las mamparas quemando su locura,
forman un reino que al caer conmueven.
No la llama, no el oro que detiene
la humareda final de los paisajes,
sino el silencio claro de la tarde
sueña la dulce noria del espacio
para las fiestas del espejo amargo.
Lentamente las sombras se deciden
y las arañas dejan lo que ciñe
las vigas misteriosas de primores.
El Domingo desciende con la noche
hacia el dormido corazon del pueblo.
viernes, 23 de enero de 2009
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